Imagínate en el terreno de juego, con el balón en tus pies y el rugido de la multitud de fondo. En ese momento, logras ese estado en el que cada movimiento fluye con naturalidad, donde cada pase y cada regate parecen guiados por una fuerza invisible. Ese es el nivel óptimo de activación, un estado de “flow” donde estás completamente enfocado y en sintonía con el juego.
En este estado, experimentas una serie de beneficios que van más allá de simplemente jugar bien. Tu rendimiento se eleva, ya que puedes ejecutar tus habilidades con precisión y confianza, lo que te permite, realizar pases precisos o defender con determinación. Pero no solo se trata de desempeñarte mejor en el campo; también disfrutas más del juego, sintiendo una conexión más profunda con el deporte y experimentando una satisfacción única cuando logras tus objetivos.
Sin embargo, la importancia de gestionar adecuadamente este nivel de activación no debe pasarse por alto. Saber cómo mantenerte en ese punto óptimo te permite controlar la presión y el estrés que acompañan al juego, evitando tanto la sobreexcitación que puede llevarte a cometer errores como la falta de energía que te hace perder oportunidades.
El nivel óptimo de activación es más que solo jugar bien; es encontrar esa armonía entre estar alerta y relajado, entre estar en control y dejarse llevar por el juego. Dominar esta habilidad te lleva más allá de ser un buen jugador; te hace excelente llevando tu rendimiento al mejor nivel, tanto dentro como fuera del campo.
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